¡Último día de Feria!

Bitácora de una caseta en la Feria del Libro de Granada.

Como era de esperar, no puedo levantarme de la cama. Me incorporo de la misma con bastante dificultad, el pinzamiento lumbar me va a acompañar durante todo el domingo.

¡Mañana de domingo de sol!

¡Muchas ganas del último domingo de Feria! Estamos reventé pero aguantamos. A las 13:30 viene Elena Lázaro Real, que es muy simpática y nos entusiasma todo lo que nos cuenta de su libro.

Subo a la librería varias cosas que ya no nos hacen falta, que tenemos que aprovechar a ir cerrando cosas para que esta noche no nos vayamos muy tarde.

Antes de cerrar, me acerco a la Oficina Tipográfica, que mis padres han ido 200 veces en los diez días de Feria y yo, todavía, ninguno.

Fui a visitar la Oficina Tipográfica y estaba Chirrikenstein estampando estas granadas.

Termina la mañana, nos dieron por los cuatro costados. Vino una barbaridad de gente, se nota que es domingo y el último día de Feria. A mi me cuesta caminar, sigo en búsqueda de ese ibuprofeno dorado, sin éxito. Al cerrar a las 14h, fuimos a comer y nos levantamos pronto de la mesa: hay previsión de lluvias y tenemos que llevar más cosas a la librería en bici. Mejor aprovechar antes de que se largue.

Hago tres viajes a la librería. Realejo parriba, Fuente de las Batallas pabajo.

Alberto, mientras tanto, cierra cajas endemoniadamente. Quiere tener las devoluciones preparadas para que las vengan a recoger. Esta noche nos vienen a buscar las de Les Punxes, y mañana todas las demás. Cuando vuelvo, veo todos los libros de Adèle metidos en cajas. Me indigno y le digo que con Adèle, no, que esos libros molan, que no los guarde todavía. Un poco se enfada, pone cara de hojaldre, pero saco los libros igual a la venta. Que a la chavalada les mola mucho. El resto de libros que guarda son los de las presentaciones y/o firmas que hubieron los días pasados en la Feria y que ya no nos piden.

En uno de esos viajes a ¡¡¡Tremenda!!! en bici, paso por nuestra Santa Sede y Marga del Papaupa me da un ibuprofeno. Que nuestro dios Ernesto Sabato me la bendiga. Me lo tomo al llegar a la caseta, en donde está nuestro amigo Dani de visita y nos tomamos un café con él, cafés que voy a moler a la mismísima Colombia de lo mucho que tardan en servírmelos para llevar.

A las 18h, viene Anna Freixas a firmar a la caseta. Y también se acerca bastante gente. Marga viene a que le firme dos ejemplares de YO, VIEJA que quiere regalar.

Anna Freixas firmando. Marga y Dani de visita.

Anna se va de la caseta sobre las 19h y a partir de ahí, empezamos a irnos nosotros también. En espíritu y en consciencia: ya no somos los mismos, el peso de la Feria nos aplasta y esperar el cierre a las 21:30 se nos hace más largo que esperanza de pobre.

Aihnoa y Guille nos visitan nuevamente (habían venido otro día de Feria, pero olvidé escribirlo aquí, ¡perdon chicos!), y hacen las fotos que nos retratan a la perfección:

Alberto, de mirada perdida. Yo, estirando en la mesa una espalda que viene pidiendo pista desde ayer.

Llega mi padre, quiere ayudarnos a cerrar. Mi madre decide, sabiamente, quedarse en casa. Hace frío y llovizna, llueve a ratos. Son las ocho y pico, Alberto viene cerrando cajas a lo loco, quiere irse pronto. Yo sigo subiendo cosas a la librería y en bici y, en una de esas, nuestra Marga querida nos regala dos cervezas y unas porciones de pizza, ¡aleluya, hermana!

Son las 21h, la Feria no se acaba nunca. Nos gusta la Feria, ojo, pero se nos hace un chicle esperar el cierre, por media hora de nada que sea, porque nos queremos sentar, dormir, ya está. Pero se siguen vendiendo algunos libritos, y eso siempre está bien, hay que aprovechar.

Ya son las 21:30h, bajamos uno de los portones y se cierran cajas como si no hubiera un mañana. Nos llama Alfonso, el repartidor de Les Punxes que, puntualísimo, nos recoge 7 cajas. Hago como tres viajes más a la librería mientras Alberto cierra cajas de las demás distribuidoras para que las recojan mañana por la mañana.

¡Listo! Se cierra la caseta hasta próxima Feria. Alberto está preparado para irse con el carro lleno de cosas y un taburete alto enganchado al mismo con un pulpo. Le grabo este video, que luego subo a redes:

¡Y se marchó!, como diría Perales. Cuando me quiero dar cuenta, me había dejado una silla de las plegables apoyada en la caseta. Pienso rápidamente que no quiero hacer más viajes en bici a ninguna parte y salgo rauda, pedaleando, con una mano en la bici y la otra sosteniendo la silla mientras subo al Realejo. En la cuesta de San Matías espero no morir.

Llego a calle Molinos sana y salva. Dejo todo tirado dentro de la librería y me voy al Papaupa: allí me espera Alberto con el carro rojo, el taburete alto enganchado con un pulpo, Dani, Marga, Paco y Alex, nuestro vecino.

Compartimos una cerveza, restos de pizza y las risas de siempre. Y nos vamos a casa, que ya está bien de tanta cháchara.