Un taburetillo amarillo menos y un bizocho esponjoso más.
Bitácora de una cseta en la Feria del Libro de Granada.
Por Luciana.
Lunes de Feria…
Me toca ir a ¡¡¡Tremenda!!!: lo que hacemos, cada vez que nos apuntamos a la Feria del Libro, es turnarnos con todo. De manera que, hoy por la mañana, me toca librería. Me alegra, porque pienso: «es más tranquilo». Pero no me acuerdo que hoy es LUNES, y los lunes en las librerías se trabaja más que en la Moncloa. Llamadas telefónicas con propuestas de presentaciones de libros, de personas que buscan libros, mensajes de WhatsApp con los mismos motivos, además de ordenar, barrer y limpiar, porque la librería se quedó hecha un desastre el domingo, cuando fuimos a buscar libros para reponer en la Feria.
De buenas a primeras, una venta. El muchacho me pregunta si se puede pagar en tarjeta, le digo que faltaría más. Busco el datáfono y no hay tal datáfono: nos llevamos los dos que tenemos a la caseta. Genial, empezamos bien. El muchacho acepta, solidario, ir a sacar dinero para pagarme en efectivo. Le di las gracias, por lo menos, cuatro veces. En esas, Alberto me escribe desde la caseta: me he olvidado el taburetillo amarillo fuera y ya no está. Una pena, no sé a quién se le ocurre robar algo que está pensado para la chavalada, para que puedan acceder a los libros más cómodamente.
La tarde nos quita el mal sabor de boca pronto: hoy viene Alba, nuestra compañara del programa de prácticas de Literaturas Comparadas de la Universidad de Granada. Y lo hace acompañada de sus padres, quienes nos traen un bizcocho hecho por su madre que nos quita el aliento. Rápidamente, nos liamos a tomar mate con bizcocho de la mae de Alba. Si pensáis que en esta caseta solo tomamos mate y comemos… es verdad. Me propongo algo: escribiré una carta al Profesorado de la UGR, donde les exigiré que le pongan un 10 a Alba por la frescura, suavidad, esponjosidad y jugosidad de ese bizcocho, que compartimos con algunas personas que vienen a la caseta. Uno de ellos, Gerardo Rodríguez Salas, profe de la Universidad de Granada, quien adhiere a la idea de que este bizcocho es una barbaridad.
El bizcocho de la mamá de Alba. Gerardo Rodríguez Salas comprobando que está buenísimo.
Por la tarde, recibimos la visita de tres amiguitas del barrio, Alanda, Mara y Julietal, quienes se vinieron a reir de la caligrafía de Alberto. Dijo él: «¡pero si la gente dice que tenemos una letra guapísima!».
Debe ser que no, Alberto, que Mara ha leído en voz alta tu mini reseña, la que dejaste en el libro de Munir Hachemi, y dice que no se entendió nada.
Ellas tres, se ríen con Alberto. Estas visitas nos dan la vida.
Nos sigue visitando mucha gente querida, nos dejamos querer y disfrutamos de ello. Salir del barrio para montar una caseta en la Feria es algo fundamental, no solo porque conocemos gente nueva y nos hacemos más visibles (el motivo más evidente, quizás, para mucha gente), si no porque, como decimos siempre «para salir del Realejo, hay que salir con pasaporte«. Y la Feria es una excusa buenísima para ello. Nos encanta nuestro barrio, tenemos de todo y para todos los gustos. Pero a veces, se hace fundamental ver otras caras, escuchar otras ideas, interactuar. Ese es el gran motivo de todas las Ferias del Libro del mundo.