Reseña de LA PARTE FÁCIL, de Ismael Ramos.

Reseña de María, nuestra compañera de prácticas de Literatura Comparada de la Universidad de Granada.

Al final del último relato de La parte fácil —escrito por Ismael Ramos y publicado por Las Afueras—, Marcos dirá que la parte más difícil de escribir una historia es crear buenos personajes secundarios. Eso es justamente lo que hace Ramos en este libro: crea personajes jóvenes que apenas son protagonistas de su propia vida —y a veces ni siquiera de sus propias historias— y pone el foco en su interioridad. Al final del primer relato, Mario contempla a una nutria que baja flotando por el río. Igual que a este animal, la vida va llevando a estos personajes viendo cómo se desarrollan las cosas, muchas veces sin intervenir; simplemente estando.

Cada uno de los relatos es un viaje, porque el autor es capaz de proyectar la personalidad y los sentimientos de los protagonistas con tanta potencia, que es imposible no vibrar con ellos. Por eso, cuando Marcos está en el coche con su madre y el surfista, aunque no esté pasando nada, es imposible no estar al borde de la silla. Sentimos el miedo, la tensión de la calma que antecede a la tormenta. Sin embargo, esta nunca estalla. Las historias parecen más bien altos en el camino, sin un comienzo o un final claro.

Valeria y Raúl van de viaje a ver a su padre y a su madrastra con un guiso de carne de su tía Adela. El trayecto empieza en Vigo, pero nunca llegan a su destino. Los relatos se construyen casi como destellos, como fogonazos de sentimientos. Y, a la vez, parecen robados. Es como si nos asomásemos por una mirilla en la cabeza de los personajes. Así, en el segundo relato somos partícipes del hilo de pensamiento de Sara en una noche de insomnio, en la oscuridad, en silencio. Esta última palabra es importante: Ramos dice poco, pero se entiende casi todo; y lo que no se comprende, se siente. La manera en la que construye los escenarios habla bastante más que los personajes.

Mi parte favorita, sin duda, son sus comparaciones, que son tremendamente sensoriales. En la primera página compara los pétalos de una flor con gotitas de saliva de un estornudo y, acto seguido, con un fuego artificial, una explosión. Con esto, igual que hace con sus personajes, eleva lo ordinario, lo cotidiano, lo normal a la categoría de poético.


(Puedes conseguir el libro aquí).