SIMÓN, de Miqui Otero.
Reseña de Alberto González.
A fin de cuentas, daba igual el tropiezo. El acto y la ciudad se habían convertido en una aplicada función escolar de fin de curso donde se jaleaba el entusiasmo más allá del resultado.
(Otero, 2020, p.39)
Escribir un libro, abrir una librería y la vida en general tiene un poco de esto. Un poco de entusiasmo y un poco de resultados. Lo curioso es que esa dualidad no la tenemos presente hasta que no te la gritan. Hasta que un tal Miqui Otero te la incrusta al final de una página una noche que no te ha servido para dormir. Cuántas discusiones o alegrías o acideces (he tenido que buscar el plural de acidez) serían menos o más calmadas si lo hubiéramos sabido. Que no es malo el entusiasmo a pesar del resultado: es solo entusiasmo; que no es malo el resultado a pesar del entusiasmo: es solo resultado.
Lo bueno de este Simón, lo bueno de este Otero, es que la historia que nos cuenta, la de este Simón (sin cursiva), está llena de verdades, de aberturas en el cielo en plena tormenta. Diría que la sensación que se te queda es un poco aquella de ver nevar mientras te está dando el sol. Te resumo algunas:
Que si te duele la cabeza porque te piden explicaciones no digas ni sí ni no, digas ya. Es un sí y un no, y no es nada a la vez. Inténtalo.
Que todos tenemos un primo hermano que te marca toda la vida.
Que merece la pena pararse a pensar en las cosas importantes que nos regala la infancia, como por ejemplo ser creador de estrellas con solo cerrar los ojos y apretar.
Que la empatía literal existe: hay gente que al acercarse a un excremento se siente una mierda.
Y otras tantas en cada capítulo, que a veces leo con la libreta encima, con el bolígrafo cargado, con el café preparado, pero no siempre. Otras tantas llevo los bolsillos vacíos perdiendo una o dos o seis estaciones del metro de Madrid.
Y aparte de que la novela está llena de verdades, la novela está llena de novela. Simón cuenta la vida de Simón, que es la vida de tantos de nosotros que empezamos a restar años en vez de sumar. Simón es un chico barcelonés de barrio, de padres y tíos de negocio duro y humilde (y con un gran nombre, por cierto). La primera mitad de la novela gira entorno al misterio de la desaparición de Rico, y el efecto que provoca en un niño que los ídolos se esfumen. Este Rico, a veces, parece más un personaje fantástico que contemporáneo, capaz no solo de drogarse, sino de esconder tesoros o embelesar a las masas con solo mirarlas. De morir en las Minas de Moria para luego reaparecer más alto y más importante. Qué curioso que haya tanta fuerza en estas páginas gracias a un personaje que no está, que solo se recuerda, se nombra, se busca. Y qué bonito que se haga mientras estamos dentro de la cabeza de alguien que no había terminado aún la E.G.B. (o quizá ya la E.S.O., si no he contado mal), enamorado del misterio y de una daltónica de nombre Estela que deja un poso en Simón similar al que proporciona su propio nombre si estuviera en minúscula.
Luego Simón crece, y Estela, y Rico, y tantos otros, y no los quieres dejar de lado durante las cuatrocientas quinientas páginas que dura todo esto porque te vas reconociendo y conociendo mejor. Tampoco ayuda que Otero sepa cómo y cuándo escribir, que te trate como a un igual o incluso que juegue contigo metiéndose él mismo en sus párrafos, poniéndose a jugar sin vergüenza alguna con el lector, como tan bien lo hizo en La cápsula del tiempo (recuerda esto cuando leas la página sesenta y siete, por ejemplo, o cuando te diga sin pudor alguno que el siguiente capítulo nunca llegó a suceder).
Subraya la frase sobre el azar, la que se repite un par de veces. La que resume en diez palabras toda tu estantería de Auster.
Ríete cuando toca, aunque no puedas permitirte una hipoteca a tipo fijo (guiño).
Llora cuando toca, por ejemplo en las últimas treinta páginas. O en todas.
Tremenda la vida de Simón, que es la de todos. Tremenda la manera que tiene Miqui Otero de hacer importante lo que es importante, y que parezca que no sobra ni falta nada en sus capítulos. Una novela de iniciación que te encantará saborear. Y nunca mejor dicho.